(Extractos del libro "Mis rincones oscuros", Ed. B, traducido por Hernán Sabaté)
1948
Yo entré en escena en el 48 (04.03.48)
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1954
Fue en el 54. Yo tenía seis años y estaba en primer curso de la escuela elemental de West Hollywood. Mi madre me dijo que me sentara en el sofá del salón y me anunció que se divorciaba de mi padre.
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1958
Fui a la escuela. Me hice amigo de dos chicos mexicanos llamados Reyes y Danny. En una ocasión compartí un porro con ellos. Me sentí mareado, como si flotase. Cuando regresé a casa me comí una caja entera de galletas. Me quedé dormido y desperté convencido de que pronto me convertiría en un adicto a la heroína.
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1958 (más tarde) (22.06.58)
Se trataba de una mujer, de raza caucásica. Tenía la piel muy clara y era pelirroja. Debía de rondar los cuarenta años. Se hallaba tendida boca arriba en un macizo de hiedra a pocos centímetros del bordillo.
El brazo derecho estaba vuelto hacia arriba. La mano descansaba en el suelo, pocos centímetros por encima de la cabeza. El brazo izquierdo estaba doblado por el codo y cruzaba el cuerpo a la altura de la cintura. La mano se veía crispada; las piernas, extendidas y abiertas.
Llevaba puesto un vestido azul marino de escote generoso, sin mangas y ligero. Un gabán azul oscuro con forro a juego cubría la mitad inferior de su cuerpo.
Los pies y los tobillos quedaban a la vista. El pie derecho estaba descalzo. En torno al tobillo izquierdo tenía enrollada una media de nailon.
El vestido estaba ajado y tenía los brazos cubiertos de picaduras de insectos. La lengua asomaba entre los labios y el rostro presentaba varias magulladuras. El sujetador estaba desabrochado y subido por encima de los pechos. Alrededor del cuello tenía una media de nailon y un cordel de algodón, ambos firmemente anudados.
(...)
La odiaba y la deseaba.
Y, de repente, estaba muerta.
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1959
Me llegó en un libro. Un regalo inocente quemó mi mundo hasta los cimientos.
Cuando cumpli once años mi padre me dio un libro. Se trataba de una obra de no ficción, un canto al Departamento de Policía de Los Angeles titulado La Placa.
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1959 (más tarde)
Éramos pobres. Nuestro apartamento apestaba a excrementos de perro. Yo desayunaba galletas y leche cada mañana y cenaba hamburguesas o pizza congelada todas las noches. Llevaba ropas andrajosas. Mi padre hablaba solo y les decía a los comentaristas de la tele que se fueran a tomar por culo y que le chuparan la polla. Siempre andábamos en calzoncillos. Estábamos suscritos a revistas de chicas desnudas. Nuestra perra nos mordía de vez en cuando.
Me sentía solo. No tenía amigos. Mi vida, me parecía, no era del todo correcta.
Pero sabía ciertas cosas.
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1959 (más tarde)
Estuve alerta con el instituto. Manifesté mi vigilancia en forma perversa.
Me junté con otros perdedores. Colábamos revistas porno en la escuela y nos masturbábamos en retretes contiguos.(...) Hacía reseñas orales de libros inexistentes y convencía a chicos selectos de mi clase de lengua.(...)
Insistí en mis argumentos hostiles hacia los judíos. Adopté la línea antipapista de mi madre y despotriqué contra los esfuerzos presidenciales de John Kennedy. (...)
El motivo de mis payasadas era escandalizar a todos.
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1962
Mientras iba en bici, robaba. Hurtaba libros en la Pickwick Shop y me llevaba material para la escuela de Rexall. Robé sin vacilación y sin ápice de remordimiento.
Me convertí en una amenaza sobre dos ruedas. Era un menor salvaje suelto en la ciudad. Medía más de un metro ochenta y pesaba setenta kilos. Mi bicicleta superpersonalizada despertaba risas y comentarios burlones.
Los Angeles significaba, en general, libertad.
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1962 (más tarde)
En junio de 1962 terminé la enseñanza secundaria. Durante el verano leí, robé, me masturbé y fantaseé.
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1962 (más tarde)
Fui en bici a la librería Poor Richard’s y compré un surtido de folletos de extrema derecha. Unos los envié por correo a las chicas con las que estaba obsesionado. Otros, los pegué en buzones por todo Hancock Park. Lloyd, Fritz y Daryl me expulsaron de su grupo. Resultaba demasiado raro y lastimoso para ellos.
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1963
El verano del 63 transcurrió borroso. Leí novelas de misterio, fui a ver películas policiacas, imaginé escenarios para crímenes y aceché a Kathy en Hancock Park. Robé libros, comida, maquetas de aviones y bañadores Hang-Ten para vendérselos a surferos ricos. Mi pasión nazi se moderó.
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1964
En mayo de 1964 me detuvieron por robar en una tienda. Un vigilante de incógnito me pilló cuando me llevaba seis bañadores. Me detuvo y me abroncó durante horas.
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1965
Cumplí los diecisiete en marzo del 65. Para entonces ya medía un metro ochenta y cinco y las perneras de mis pantalones terminaban varios dedos por encima de los tobillos. Mis camisas estaban salpicadas de sangre y pus debido a explosiones de acné. Yo quería que todo aquello terminara.
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1965 (más tarde)
Sostuve su mano derecha junto a la barandilla de la cama y le dije que se pondría bien. Sus últimas palabras inteligibles fueron: “Trata de ligarte a todas las camareras que te sirvan”. (...) Era el 4 de junio de 1965. Había sobrevivido a mi madre menos de siete años.
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1965 (más tarde)
El ejercitó me licenció en julio. Obtuve una licencia general “en condiciones honorables”. Era libre, blanco, y tenía diecisiete años. Me dieron de baja justo cuando los que irían a Vietnam empezaban a prepararse.
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1965 (más tarde)
Robaba casi todo lo que comía. Mi dieta se componía de filetes y chuletas que mangaba en los supermecados de las cercanías. A principios de agosto dos dependientes me saltaron encima cuando salía del Liquor & Food Markt. (...) Llegó la policía.(...) El poli tramitó los papeles de mi arresto y me metió en un dormitorio lleno de chicos con antecedentes muy duros. (...) Llegué a imaginar que me quedaría allí para siempre.
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1965 (más tarde)
Nos interrumpieron los disturbios de Watts. Los Angeles ardía. Deseé matar a los amotinados y reducir aquella ciudad a cenizas. El motín me excitaba.
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1966
El Seconal y el Nembutal no me gustaban; me ponían tonto y casi catatónico. El LSD estaba bien pero el consiguiente mensaje transcendental me dejaba frío. (...) La Dexedrina y el Dexanoyl multiplicaron por seis mis capacidades de fantasear. Otro tanto ocurrió con mis dotes narrativas (...). La anfetamina era sexo (...). Me cascaba la polla entre doce y dieciocho horas seguidas. Daba un gusto...
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1967
Me agaché junto a la puerta de la cocina y metí la mano izquierda por la gatera. Descorrí el pestillo interior y entré.
Recorrí la casa con las luces apagadas, arriba y abajo. Inspeccioné los botiquines en busca de droga y descubrí unos calmantes nuevos.
Me serví un whisky doble y engullí unos cuantos. Lavé el vaso y volví a ponerlo donde lo había encontrado.
Crucé el dormitorio de Heidi. Aspiré el aroma de sus almohadas y revolví el armario y los cajones. Hundía la cara en un montón de lencería y le robé unas bragas blancas.
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1968
Hollywood me asustaba y me humillaba. Los hippies eran maricas subnormales. Les gustaba la música degenerada y predicaban una metafísica engañosa. Aquel lugar era un grano purulento.
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1968 (más tarde)
Cada tres o cuatro días robaba inhaladores y desaparecía. Me colocaba en los lavabos de hombre de la biblioteca y me volvía al Robert Burns Park. El impulso de la anfeta me proporcionó las fantasías sexuales y delictivas más elaboradas. Robé una linterna y algunas revistas porno y las integré en mi mundo privado.
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1968 (más tarde)
Ocurrió a finales de noviembre. Cuatro polis tiraron la puerta a patadas y me apuntaron con sus pistolas.
Me arrojaron al suelo y me esposaron (..) y me empapelaron por allanamiento de morada (...) Cuando hubieron pasado los veinte días se presentó un oficial de libertad condicional (...). Aplazarían la sentencia y me concederían tres años de libertad a prueba. Tendría que buscarme un trabajo.
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1969
Hacía mis chapuzas de lunes a viernes. Para desayunar me tomaba un cuarto de litro de whisky mezclado con Listerine, un elixir bucal. El piloto automático me permitía llegar al almuerzo con algo de vino y/o hierba. Me emborrachaba cada noche y los fines de semana me los pasaba viajando gracias a los inhaladores.
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1970-75
Viví en parques, patios traseros y casas vacías. Robé. Bebí. Leí y tuve fantasías. Caminé por todos Los Angeles con algodones metidos en las orejas.(...)
Pasé cinco años andando. Transcurrieron como una película borrosa a cámara lenta. Mis fantasías corrían por ellos en un contrapunto acelerado. Las escenas de la calle servían de telón de fondo a las voces a mi diálogo interno.(..)
(...) acabé con delirium tremens.(...) Un monstruo saltó del lavabo. Cerré la tapa y vi que más monstruos la atravesaban. Me corrían arañas por las piernas. Unas manchas pequeñas revoloteaban ante mis ojos.(...) Robé una botella de whisky y fui a dedo al hospital del condado. Liquidé la botella en las escaleras principales y entré.
Un médico dictaminó mi ingreso en la sala de alcohólicos.(...)
Era lo que yo quería. O eso o la muerte. Tenía veintisiete años.
(más tarde)
Mi cerebro golpeaba paredes vacías. No podía visualizar mis pensamientos ni encontraba palabras para expresarlos. Me llevó más de una hora dar forma a esa única y simple elucubración.(...)
Desperté atado a una cama.(...) Tenía las muñecas despellejadas y ensangrentadas. Notaba casi todos los dientes flojos. Me dolía la barbilla y los nudillos me escocían debido a unas pequeñas raspaduras. Llevaba puesto un camisón de hospital. Y lo tenía todo meado.(...)
Todo volvió. Me acordé de cada detalle. Empecé a llorar. Recé a Dios y le supliqué que me conservara cuerdo.
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1975 (más tarde)
Los cadis se congregaban en una caseta donde bebían, jugaban a cartas y contaban historias obscenas. Eran borrachos, consumidores de droga y ludópatas. Supe que allí encajaría.
El trabajo de los cadis consistía en llevar los palos del jugador y conocer las diferencias entre un palo y otro. Yo no sabía nada de golf. El entrenador me dijo que aprendería.(...)
No bebía ni le daba a los inhaladores. Fumaba marihuana y vivía como un fantaseador a dedicación plena, pero mucho más sutil.
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1977
Tenía casi treinta años. Quería hacer cosas, no robaba, no tenía fantasías sexuales con mi madre. Dios u otras fuerzas cósmicas me habían devuelto el cerebro de manera permanente. No oía voces. No estaba tan jodido como antes.(...)
Trabé amistad con algunos tipos. Me relajé con las mujeres y di rienda suelta a mi ego en los atriles de Alcohólicos Anónimos. Enseguida me convertí en un magnífico orador. Mi exhibicionismo autodestructivo dio un giro completo.
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1978
El mundo real eclipsó al fantástico. Sólo persistía esa historia. Sabía que era una novela.
Me perseguía como un fantasma. Invadía mis pensamientos en momentos extraños. Yo no sabía si tenía huevos para escribirla. (...) Escribí la novela y se vendió. Trataba de mí y del mundo del delito en Los Angeles.
(Selección de P. Layant)